Y en aquellos
tiempos, Charles Bukowski se apareció en sueños a Antonio Montoya y le susurró
al oído:
–Este es mi poema escrito para ti:
«¿ASÍ QUE QUIERES SER
ESCRITOR?
Si
no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas...»
Y Antonio,
inspirado y responsable, decidió publicar «Poemas
de amor para psicópatas», porque le salía de dentro... y ardiendo.
Aunque el
libro se divide en tres partes distintas, en todas ellas aparece una voz
desgarrada, indómita y algo granuja que juega con las palabras, con los espacios en blanco
y con los silencios. Las letras de los poemas se enfatizan, se colorean -de
rojo- o suben y bajan en las estrofas como ascensores o como palabras-escaleras
mecánicas. Pero el juego
también se extiende al lector. Una vez tomada la confianza suficiente, se
atreve a proponer pasatiempos poéticos, crucigramas de amor, insólitas instrucciones
o líricos anuncios publicitarios.
Todo este
mundo lúdico contrasta con la palabra dolorida que retrata a un personaje
encerrado en un mundo preestablecido del que quiere salir en muchas ocasiones:
Caminamos
todos por un mismo camino,
desde el mismo
punto de salida,
hasta la misma
línea de meta.
El código está
establecido,
el orden
fijado.
No te salgas
de la fila.
Marca el paso.
Nace
crece
reprodúcete
muere.
Guarda las
formas
O no.
Esta es
la introducción al segundo bloque, pero resulta ser la melodía que se va a oír
durante toda la obra.
La primera
parte, EL IMPERIO, tiene
una estructura envolvente. Parece que nos hallamos ante las meditaciones de un
diario íntimo, expresadas de un modo directo, como una poesía-bala que impacta
a la primera y que no es necesario releer para sentirse herido. Aparece el
reproche a la injusticia, al inmovilismo social y se aprecia la rebeldía
contra lo establecido:
No
lo jodas ahora todo
con
palabras.
Es importante destacar que muchos de los
escenarios donde tienen lugar los acontecimientos parecen extraídos del cómic o
del cine negro. Las calles de la ciudad, la noche:
noches
negras
como
un túnel
de
bocas que se besan.
Con
sus prostitutas y sus gentes del hampa:
El
hombre de la
esquina
vende
la felicidad
en
luminosas dosis blancas
y
lleva un reloj tan caro
que
hace que el tiempo se pare.
Los interiores suelen ser dormitorios
para el culto al sexo o habitaciones con una televisión que provoca o que es testigo
mudo de la dura realidad.
Algunos de los poemas, como "Escalera al infierno" (como un remedo
de Escalera al cielo de Led Zeppelin)
recuerdan al malogrado Miguel Ángel Velasco en su poemario La miel salvaje donde aparecen estados visionarios propiciados por
alucinógenos.
Aunque no hay referencia musical
explícita en los versos de Antonio Montoya, al lector parecen rondarle cuatro
cantautores que bien le podrían poner banda sonora a este primer bloque:
A la gente que
habita esta zona
la poesía parece que les estorba...
Enrique
Bunbury
Me tocó crecer
viendo a mi alrededor paranoia y dolor,
la moneda cayó por el lado de la soledad (otra vez)...
Andrés Calamaro
No será fácil,
viajar a mi lado
dejo huella y cadáveres a mi paso...
Loquillo
Si ya nadie me
espera es una cinta sin fin
solo me consuela tu piel.
Rosendo
La incomunicación que expresa el poeta
en los versos de esta parte inicial es recurrente. En algunas ocasiones parece
agarrarse al salvavidas que le ofrece el amor, pero no llega a estar claro si puede
eludir el peligro, porque la muerte ronda por todas la esquinas de los poemas.
Y los cuchillos y las pistolas se encargan de recordarnos que no es amor todo
lo que reluce...
Presentado este panorama, es mejor pasar
a la lectura detenida de los cuarenta y seis poemas que constituyen EL IMPERIO.
Pero antes, no me resisto a poner
un decorado, aunque soy incapaz de elegir entre dos opciones. Una de ellas
pertenece a la saga Blacksad de J.D.
Canales y J. Guarnido, que no necesita comentarios:
La otra es una curiosa
casualidad: un papel pintado que se vende por Internet y que tiene muchos ingredientes
de la obra de Antonio Montoya, incluidos el negro y el rojo...
Papel pintado. Catálogo Versalite.
Modelo Cómic 40s de DansLemur.
"Quién no
se rinde al encanto de un callejón oscuro
y la expectativa
de una puñalada certera
justo en
medio del alma."
Y para finalizar
este apartado, La estación, un poema
solitario, donde el alter ego parece
entablar conversación consigo mismo. Es como si se mirase ante dos espejos
paralelos, donde el reflejo de uno mismo se repite hasta el infinito... para ver la muerte, la soledad, la luz del sol que apenas
atraviesa los barrotes de las nubes de invierno.
La
estación
Puedo marcar el
paso
tal y como está
establecido.
Las medallas que ves
las he ganado pisando la cabeza
de gente como tú.
Las flores del
jardín
esperan tu regreso,
melancólicas y
abatidas.
La luz del sol
apenas atraviesa
los barrotes de las
nubes de invierno.
Ya nunca sonríes.
Los labios son grises
y están torcidos.
Solo el rojo
intenso
que salpica la
pared
se acuerda del
color
de tus mejillas,
cuando todavía el
cielo
era azul
y tus dientes eran
luces
alumbrando la
oscuridad.
Las avenidas
persisten en su ausencia,
y hay muertos sentados en los bancos
de los parques que frecuentabas.
Ella ya no llora
por ti.
Y su boca se
entrega
a los juegos que dominaba
en otros cuerpos.
Mejor la muerte
que te ofrezco.
Mejor la noche
fría
como un látigo
mortificando tu
carne.
No escapes con tu mente.
Permanece
aquí a mi lado.
El
dolor es un paso hacia el conocimiento.
El miedo
es la antecámara de la fe.
Eres mío.
Yo soy tu
muerte y tu resurrección.
Tu sangre manchando mis
manos
es el signo de nuestra unión.
Quizás
mañana no amanezca.
Y tengo
la esperanza
de que quizás
ya no te importe
si amanece
mañana
o no.
En DIRECCIÓN PROHIBIDA,
segundo bloque poemático del libro, con sesenta y cinco propuestas, han
cambiado las circunstancias. El escenario vuelve a ser el mismo, pero visto
desde fuera. Es un narrador-observador poético quien analiza el mundo que le
rodea empleando malabarismos
discursivos y verbales con dos vertientes principales: una social, con tintes
satíricos y otra más íntima, aunque manteniendo un tono severo. Sirvan de muestra estos tres poemas:
Huellas
Está la farola
que arroja luz
sobre la fachada de tu casa.
El parque
de arena y cemento
y esos niños de barrio
con sus madres de barrio.
Hay nubes
y coches,
y viento.
Está la bodega
y el supermercado.
y un pequeño perro
cojo
guardián de esquinas
y
paradas de autobús.
Anillos
Hay siempre una promesa
un compromiso
una deuda contraída.
La palabra dada
la permanencia
de lo efímero.
Todo está escrito
en el dorso
junto a la piel
del dedo
en la mano
de esos anillos
comprados
en tiendas de amor
y
material penitenciario.
Piedras
Me duele el zapato
y hasta el pie
de tanto caminar
y caminar tanto
con este 45
cuando en realidad
y con motivo de la unificación europea
mi número es un 46.
Lo siento caballero
pero del modelo
de los lacitos
en el empeine
y en color burdeos
no nos queda su número.
Calza bastante
este fabricante
no
obstante.
Finalizan el libro una veintena de
poemas agrupados bajo el título de HABITACIÓN VACÍA. Textos aún más críticos e introspectivos, pero
no por eso carentes de amor y de humor:
Poemaseis
Solo una palabra
queda.
Puede ser
adiós,
Puede ser
ven,
Quizás sea
tal vez.
No, porque son
dos palabras,
y porque no hay sitio ya
en esta relación
para tanta
incertidumbre.
Poematrece
También es mala hostia
no haberme dado cuenta
del número del poema
antes de haber empezado
a escribirlo.
Ahora entiendo
por qué al ir a levantarme a por un jodido folio
he tropezado con la pata de la jodida mesa
y he ido a parar con mi jodido cuerpo
al jodido suelo
clavándome el jodido bolígrafo
que llevaba en el jodido bolsillo
de la jodida camisa
justo en medio de mi jodido corazón.
Ahora de todas formas,
ya desangrado y muerto
sobre el jodido suelo y todo ese rollo,
tampoco me importa demasiado.
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Sucede que me canso...
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Se querían, sabedlo...
Caminante, no hay camino...
¿Es que no estás enamorado/ada?
¿Pretendes decirme, Katy Escarlata,
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Nos encontramos ante un poemario de Antonio Montoya que se
podría enmarcar dentro de los territorios neorrealistas del ya citado Miguel Ángel Velasco, del joven Alfonso Gómez
Aguirre o del consolidado Roger Wolfe, donde el realismo social se
hace denuncia y el intimismo confesional desemboca en la reflexión, pero con algún matiz nihilista. Se trata de un mundo real
deformado, al más puro estilo expresionista,
en el que una voz desnuda muestra, desde una postura subjetiva, las miserias
del ser humano y de su mundo circundante.