miércoles, 6 de julio de 2016

Nuevo libro de Felipe Espílez: «Ojos como soles».


Ojos como soles es el nuevo libro de Felipe Espílez, una miscelánea de relatos poéticos, recuerdos íntimos, retratos y descripciones líricas y reflexiones de sublime inspiración.

Aunque es un libro en prosa, la poesía –y sobre todo la mirada diferente de un poeta– ronda por sus páginas. Solo a través de la perspectiva lírica se puede entender El río llamado AisatnaF (Fantasía), "La muerte de una paloma" o que las tejas sean los "Veleros de arcilla".

Algún día cruzaré las aguas azules del río Aisatnaf.

Y ya en la otra orilla, seré parte del todo, sin sumar ni restar nada a cambio.

Encontraré las hojas verdes del chopo de la sabiduría y conoceré, por fin, el misterio de las palabras huidas.
(En "El río Aisatnaf").


Muchos son los objetos cotidianos y elementos naturales que aparecen por su obra: La barandilla de su balcón, "La esquina", "La farola de los naranjos", "La lluvia", "Las alas de mariposa", el "Maniquí", "Una brizna de hierba"... todos ellos marcados por la sencillez y la ternura con que están dibujados verbalmente.

Estad atentos a las alas de las mariposas porque ellas son las únicas que conocen por qué la hierba es verde o roja la amapola. O por qué la mañana a través del rocío llora en silencio, llora.
(En "Alas de mariposa").

Aparecen numerosos recuerdos lejanos arropados por tiempos verbales: "Pasados presentes", "Pretérito pluscuamperfecto"; o asociados a elementos como "El almacén de granos" o como el "Árbol amigo de la niñez". Dentro de este álbum evocador hay que citar dos títulos especiales: "El día que el mar navegó en mis ojos" donde se describe la sensación de conocer el mar por primera vez –acompañado por su padre­– y "Por el hondón de la aguja se me coló tu ternura" en el que rememora, con especial cariño, a su madre.

A mí, el mar, en primera observación, en primer deleite, me pareció un gigantesco paréntesis, enmarcado por la línea de la costa y el horizonte tembloroso y que contenía un cristal de agua donde descansaban las nubes de su obligado vuelo. Y esa mirada poética me fascinó de tal modo que me envolvió el silencio del asombro, como si cualquier sonido pudiera perturbar la contemplación de tanta belleza recién nacida, recién conocida. Mi padre respetó ese silencio...
(En "El día que el mar navegó en mis ojos").


El hilo conductor de toda la obra es la sorpresa, tanto desde la perspectiva argumental heterogénea y simbólica con la que se presenta Felipe Espílez (ojos como soles del autor), como el asombro del propio lector al abordar los distintos estadios narrativos (ojos como soles del lector).

Una de estos factores "inesperados" lo podemos ver en "Ruego epistolar" donde la utilización de la palabra descontextualizada, forzada a un registro formal y engolado nos lleva a épocas pasadas. Y pocas páginas más adelante aparece "Tiempos modernos" donde son los temas del amor cortés y del romanticismo los que han de adaptarse a los usos y costumbres actuales. También en "La vida vino a visitarme" nos adentramos en el Siglo de Oro español por su temática y por su lenguaje.

Debéis saber, señora, que mientras permanecisteis a mi lado vine a disfrutar de vuestra compañía con el mayor de los agrados, siendo para mí vuestra cercanía una forma extremadamente placentera de dar cabal destino a mi existencia.
(En "Ruego epistolar").

No menos sorprendentes son algunos de los recursos que emplea Felipe Espílez en sus relatos. En algunos de ellos, como "La cortina suspiradora" o "El ático del número 15" son los objetos los que cobran vida, los protagonistas. En "Adiós Dorita", es una misteriosa calle la que está detrás del olvido.


También vemos un extraordinario juego de personajes que son niños y adultos a la vez. Es una licencia cinematográfica llevada al papel –muy lograda, por cierto– como podemos ver en "Retrato de ausencias" o en "Pasados presentes".

En algunos momentos de la lectura de Ojos como soles parece notarse la presencia (¿de forma deliberada o involuntariamente?) de algunos clásicos españoles. En el "El jardincito con sabor de blue moon" parece asomarse el Bécquer de las Leyendas. Lo mismo sucede con "Ecos de poeta" –dedicado a Lorca– y en "Yo la llamo Rocío" con tintes totalmente lorquianos. El texto titulado "El camino" parece traernos a la memoria la figura de Antonio Machado. Sorprenden las tres narraciones consecutivas tituladas "El quiosco", "La cafetería de los suspiros negros" y "En casa de Martín", por el ingenio de su prosa, con originales metáforas, al estilo de Gómez de la Serna. Y, finalmente, uno de los momentos más líricos, recordando a Juan Ramón en Platero y yo, es el que nos ofrece el penúltimo pasaje: "Cuentos de Julio".

Pero antes de irse, Andrés siempre cuelga un pequeño cartel en el que se lee "Cuando se termina un libro, termina la historia del escritor, pero comienza la fantasía del lector. Felices sueños".
Es su forma de desear las buenas noches, por escrito, que es como hablan los quiosqueros.
(En "El quiosco").

Otras veces me levantaba a peinarle su flequillo rubio como si se hubiese despeinado en una espléndida carrera persiguiendo al personaje malvado de los cien cuchillos o en esa pelea cuerpo a cuerpo con el tigre inmortal. Él entonces me ofrecía su sonrisa desmayada en sus labios. Cada vez lo veía más ilusionado con mis visitas, pero también más cansado. Pero detrás de cada cuento, las pocas fuerzas que tenía se ponían a reír con la belleza de la gratitud más sana y estaba seguro que aquél cansancio se debía a que su cuerpo se estaba recuperando y experimentaba sensaciones nuevas. Que la naturaleza le iba a dar una tregua y que por fin, aunque fuese poco a poco, se iba a recuperar de su destino de esfinge.
(En "Cuentos de Julio").

Y el río baja la historia a la mar. A mí me la contaron unas olas que hablaron de más, que entre espuma y espuma me quisieron contar que para conocer las cosas hay que saber mirar.
(En "Yo la llamo Rocío").


Para finalizar este análisis, me gustaría citar cuatro textos que han llamado especialmente mi atención:

"Mario el relojero": original narración, llena de lirismo, misterio y muy bien resuelta.

Mario se había acostumbrado a considerar a las esferas de los relojes como pequeños universos donde navegaba con sus delicadas herramientas. Un universo lleno de estrellas que señalaban horas y en el que transitaban dos galaxias a modo de manecillas. Tanto es así que entendía que a las doce en punto se producía un eclipse de manecilla corta. Después había once eclipses más. Y se acostumbró a contar las horas por eclipses, un momento especial pues cuando la manecilla del minutero esconde a la de las horas se producen unos segundos inigualables en el que los minutos valen más que las horas.
(En "Mario el relojero").

"Otra vez ella": donde el lector puede imaginar que nos habla de la mujer o de la poesía (o de ambas cosas) sin poder llegar a inclinarse por ninguna opción...

Otra vez ella. Algo me dijo que debía esconderme tras las cortinas verdes que había al fondo de la sala. Para no volver a sufrir viejas heridas, aquellas que nunca se gastan en la niebla de la memoria. Pero no me dio tiempo. Ella clavó sus ojos en mí y la rueda de la vida giró diez años en un suspiro.
(En "Otra vez ella").

"Don Francisco": homenaje a su maestro y estupendo relato de juventud cargado de emoción y sentimiento:

A través de sus manos, emocionantes y emocionadas, tomaba forma la belleza de la idea y dibujaba en el aire conceptos nuevos que yo veía volar entre sus dedos.
(En "Don Francisco"). 

"Una palabra en busca de un poema": un reto para cualquier poeta –hacer un poema con la difícil palabra "meandro"–, que Felipe Espílez lo supera con creces:

                        Espera la muerte, con sus ojos de sangre,
                        en el meandro del río.
                        La curva en la que tus ojos
                        se quedarán para siempre fríos.
 (En "Una palabra en busca de un poema").

"El camino": entrañable argumento lleno de espíritu vitalista:

A la puerta de su casa fueron llegando personas con la ilusión en los ojos para recibir la ofrenda de una hoja habitada por un poema. Un temblor en las líneas de la belleza dibujada en palabras olvidadas. Y cada día fueron llegando más y más personas porque se acordaron que eran libres y que necesitaban una voz que pregonase su libertad.

Pasión en el papel, el poeta ha vuelto.
(En "El camino").



"El poeta ha vuelto" y Felipe Espílez, continúa, afortunadamente, entre nosotros. Disfrutemos de su obra Ojos como soles.

4 comentarios:

  1. Como siempre,un análisis excelente José Luis de la obra de Felipe. Tendré que hacerme con él.Todos los textos que has puesto me han gustado mucho.
    Gracias!
    Un abrazo,
    Sandra.

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  2. Gracias a ti, Sandra, por la visita y por tu opinión. Se lo transmitiré a Felipe.
    Un abrazo muy fuerte (y a Pepe y lolo abracitos...)

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  3. Gracias Sandra. Te envío un fuerte abrazo y el deseo de que sigas teniendo siempre los ojos como soles.

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