Ojos como soles es el
nuevo libro de Felipe Espílez, una miscelánea de relatos poéticos, recuerdos
íntimos, retratos y descripciones líricas y reflexiones de sublime inspiración.
Aunque es un
libro en prosa, la poesía –y sobre todo la mirada diferente de un poeta– ronda
por sus páginas. Solo a través de la perspectiva lírica se puede entender El
río llamado AisatnaF (Fantasía), "La muerte de una paloma" o que las
tejas sean los "Veleros de arcilla".
Algún
día cruzaré las aguas azules del río Aisatnaf.
Y
ya en la otra orilla, seré parte del todo, sin sumar ni restar nada a cambio.
Encontraré
las hojas verdes del chopo de la sabiduría y conoceré, por fin, el misterio de las palabras huidas.
(En "El río Aisatnaf").
Muchos son los
objetos cotidianos y elementos naturales que aparecen por su obra: La
barandilla de su balcón, "La esquina", "La farola de los
naranjos", "La lluvia", "Las alas de mariposa", el "Maniquí",
"Una brizna de hierba"... todos ellos marcados por la sencillez y la
ternura con que están dibujados verbalmente.
Estad
atentos a las alas de las mariposas porque ellas son las únicas que conocen por qué la hierba es verde o roja la
amapola. O por qué la mañana a través
del rocío llora en silencio, llora.
(En
"Alas de mariposa").
Aparecen
numerosos recuerdos lejanos arropados por tiempos verbales: "Pasados
presentes", "Pretérito pluscuamperfecto"; o asociados a
elementos como "El almacén de granos" o como el "Árbol amigo de
la niñez". Dentro de este álbum evocador hay que citar dos títulos especiales:
"El día que el mar navegó en mis ojos" donde se describe la sensación
de conocer el mar por primera vez –acompañado por su padre– y "Por el
hondón de la aguja se me coló tu ternura" en el que rememora, con especial
cariño, a su madre.
A
mí, el mar, en primera observación, en primer deleite, me pareció un gigantesco paréntesis, enmarcado por la
línea de la costa y el horizonte tembloroso
y que contenía un cristal de agua donde descansaban las nubes de su obligado vuelo. Y esa mirada poética
me fascinó de tal modo que me envolvió el
silencio del asombro, como si cualquier sonido pudiera perturbar la contemplación de tanta belleza recién
nacida, recién conocida. Mi padre respetó
ese silencio...
(En
"El día que el mar navegó en mis ojos").
El hilo
conductor de toda la obra es la sorpresa, tanto desde la perspectiva argumental
heterogénea y simbólica con la que se presenta Felipe Espílez (ojos como soles
del autor), como el asombro del propio lector al abordar los distintos estadios
narrativos (ojos como soles del lector).
Una de estos
factores "inesperados" lo podemos ver en "Ruego epistolar"
donde la utilización de la palabra descontextualizada, forzada a un registro
formal y engolado nos lleva a épocas pasadas. Y pocas páginas más adelante
aparece "Tiempos modernos" donde son los temas del amor cortés y del
romanticismo los que han de adaptarse a los usos y costumbres actuales. También
en "La vida vino a visitarme" nos adentramos en el Siglo de Oro
español por su temática y por su lenguaje.
Debéis
saber, señora, que mientras permanecisteis a mi lado vine a disfrutar de vuestra compañía con el mayor de los agrados,
siendo para mí vuestra cercanía una
forma extremadamente placentera de dar cabal destino a mi existencia.
(En "Ruego epistolar").
No menos
sorprendentes son algunos de los recursos que emplea Felipe Espílez en sus
relatos. En algunos de ellos, como "La cortina suspiradora" o
"El ático del número 15" son los objetos los que cobran vida, los
protagonistas. En "Adiós Dorita", es una misteriosa calle la que está
detrás del olvido.
También vemos
un extraordinario juego de personajes que son niños y adultos a la vez. Es una licencia
cinematográfica llevada al papel –muy lograda, por cierto– como podemos ver en
"Retrato de ausencias" o en "Pasados presentes".
En algunos
momentos de la lectura de Ojos como soles
parece notarse la presencia (¿de forma deliberada o involuntariamente?) de
algunos clásicos españoles. En el "El jardincito con sabor de blue moon"
parece asomarse el Bécquer de las Leyendas. Lo mismo sucede con "Ecos de
poeta" –dedicado a Lorca– y en "Yo la llamo Rocío" con tintes
totalmente lorquianos. El texto titulado "El camino" parece traernos
a la memoria la figura de Antonio Machado. Sorprenden las tres narraciones
consecutivas tituladas "El quiosco", "La cafetería de los
suspiros negros" y "En casa de Martín", por el ingenio de su prosa,
con originales metáforas, al estilo de Gómez de la Serna. Y, finalmente, uno de
los momentos más líricos, recordando a Juan Ramón en Platero y yo, es el que nos ofrece el penúltimo pasaje:
"Cuentos de Julio".
Pero
antes de irse, Andrés siempre cuelga un pequeño cartel en el que se lee "Cuando se termina un libro, termina
la historia del escritor, pero comienza la fantasía
del lector. Felices sueños".
Es
su forma de desear las buenas noches, por escrito, que es como hablan los quiosqueros.
(En
"El quiosco").
Otras
veces me levantaba a peinarle su flequillo rubio como si se hubiese despeinado en una espléndida carrera
persiguiendo al personaje malvado de los cien
cuchillos o en esa pelea cuerpo a cuerpo con el tigre inmortal. Él entonces me ofrecía su sonrisa desmayada en sus labios.
Cada vez lo veía más ilusionado con mis
visitas, pero también más cansado. Pero detrás de cada cuento, las pocas fuerzas que tenía se ponían a
reír con la belleza de la gratitud más sana y estaba
seguro que aquél cansancio se debía a que su cuerpo se estaba recuperando y experimentaba
sensaciones nuevas. Que la naturaleza le iba a dar
una tregua y que por fin, aunque fuese poco a poco, se iba a recuperar de su destino de esfinge.
(En
"Cuentos de Julio").
Y
el río baja la historia a la mar. A mí me la contaron unas olas que hablaron de más, que entre espuma y espuma me
quisieron contar que para conocer las cosas
hay que saber mirar.
(En
"Yo la llamo Rocío").
Para finalizar
este análisis, me gustaría citar cuatro textos que han llamado especialmente mi
atención:
"Mario el
relojero": original narración, llena de lirismo, misterio y muy bien
resuelta.
Mario
se había acostumbrado a considerar a las esferas de los relojes como pequeños universos donde navegaba con
sus delicadas herramientas. Un universo
lleno de estrellas que señalaban horas y en el que transitaban dos galaxias a modo de manecillas. Tanto
es así que entendía que a las doce en punto
se producía un eclipse de manecilla corta. Después había once eclipses más. Y se acostumbró a contar las horas
por eclipses, un momento especial pues cuando
la manecilla del minutero esconde a la de las horas se producen unos segundos inigualables en el que los minutos
valen más que las horas.
(En "Mario el relojero").
"Otra vez ella": donde el
lector puede imaginar que nos habla de la mujer o de la poesía (o de ambas
cosas) sin poder llegar a inclinarse por ninguna opción...
Otra
vez ella. Algo me dijo que debía esconderme tras las cortinas verdes que había al fondo de la sala. Para no volver a
sufrir viejas heridas, aquellas que nunca
se gastan en la niebla de la memoria. Pero no me dio tiempo. Ella clavó sus ojos en mí y la rueda de la vida
giró diez años en un suspiro.
(En "Otra vez ella").
"Don
Francisco": homenaje a su maestro y estupendo relato de juventud cargado
de emoción y sentimiento:
A
través de sus manos, emocionantes y emocionadas, tomaba forma la belleza de la idea y dibujaba en el aire conceptos
nuevos que yo veía volar entre sus dedos.
(En "Don Francisco").
"Una palabra en busca de un
poema": un reto para cualquier poeta –hacer un poema con la difícil
palabra "meandro"–, que Felipe Espílez lo supera con creces:
Espera la muerte, con
sus ojos de sangre,
en el meandro del río.
La curva en la que tus
ojos
se quedarán para siempre
fríos.
(En "Una palabra en busca de un poema").
"El camino": entrañable
argumento lleno de espíritu vitalista:
A
la puerta de su casa fueron llegando personas con la ilusión en los ojos para recibir la ofrenda de una hoja habitada por
un poema. Un temblor en las líneas de
la belleza dibujada en palabras olvidadas. Y cada día fueron llegando más y más personas porque se acordaron que
eran libres y que necesitaban una voz que
pregonase su libertad.
Pasión
en el papel, el poeta ha vuelto.
(En "El camino").
"El poeta ha vuelto" y Felipe Espílez, continúa, afortunadamente, entre nosotros. Disfrutemos de su
obra Ojos como soles.
Como siempre,un análisis excelente José Luis de la obra de Felipe. Tendré que hacerme con él.Todos los textos que has puesto me han gustado mucho.
ResponderEliminarGracias!
Un abrazo,
Sandra.
Gracias a ti, Sandra, por la visita y por tu opinión. Se lo transmitiré a Felipe.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte (y a Pepe y lolo abracitos...)
Gracias Sandra. Te envío un fuerte abrazo y el deseo de que sigas teniendo siempre los ojos como soles.
ResponderEliminar¡¡Autor recomendado!!
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