viernes, 8 de septiembre de 2017

Nuevo libro de Jesús Aparicio González



Los gorriones, desde sus nidos, despiertan el día con sus gorgeos, sus gritos insistentes y esperanzados porque logran que una jornada más amanezca con sus trinos. El poeta, gorrión incansable, porfía con su canto por llegar al alma de los hombres. Jesús Aparicio González lo consigue.

Esos pardales parlanchines bajan luego a la tierra para buscar su alimento y dejan sobre el suelo las delicadas huellas que han fabricado salto a salto: señales del futuro / son también esas huellas de gorrión / heladas en el barro. El poeta busca dejar el rastro de su espíritu escrito en unas hojas. Jesús Aparicio González lo ha logrado en su último libro Huellas de gorrión.

Se trata de una obra recopilatoria de sus últimos siete libros. Un camino de múltiples reflexiones sobre la vida, sobre el paso del tiempo y sobre la muerte.

EN LA PLAYA

Para llenar mi tiempo han buscado mis ojos
el sueño de una playa. He gozado del agua
sobre mi piel desnuda y lamido la sal
sobre la piel amiga. Levantado castillos.
Luchado con las olas. Y me he dormido solo
al ocultarse el sol, bajo las estrellas sin nombre.
La vida es breve. Un instante de arena.
Un instante de mar.



El libro es un recorrido por el interior de una voz poética que parte de la observación minuciosa y creativa para trascender y expresar sus pensamientos y sus deseos con simbólicos versos:

PUPILA EN EQUILIBRIO

Cuando el sol se hace un hueco
en los ojos oscuros del poeta
y este lo conduce
–pupila en equilibrio–
sin derramarlo por el túnel hasta
la puerta del jardín,
entonces
se enciende un alba virgen.

La tierra sonríe.
Aplaude el agua clara.

Y cae nuestra simiente en la huella
–crecida llave– de un gorrión.



La palabra y la poesía son motivo de atención para Jesús Aparicio en toda su obra. En el poema que inicia el libro ya se habla de las palabras como unas mariposas, esas que persigue el autor y que le esquivan como versos a un poeta.  

EN EL CENTRO DEL AGUA
está el germen del fuego,
la palabra que bebe
en lo oscuro su sueño.

En el vientre del mar
el silencio se mueve
y en su fondo va abriendo
la palabra que crece.

La palabra madura
bajo tierra en la noche
mientras su luz espera
al gallo que la nombre.

Ya se eleva su forma
cual ciprés entre nieblas,
llama al cielo esa lanza, 

toca un punto una estrella.

Allí encuentra sentido

y alguien se hace su dueño,
clara y breve la vive
sin dejar de ser sueño.


SEPTUAGÉSIMO SÉPTIMA LECCIÓN

Esta mañana he desempolvado
el primer tambor que tuve en mi infancia.
Lo aporreo y castigo con un lápiz
huérfano de palabras.
Afortunadamente nadie dice
que esto sea música.

El duende es caprichoso y nos exige
trabajar la mirada
para dar con la luz.

En poesía no
todo vale y nada
es lo mismo.




En este itinerario vital, Aparicio contempla la naturaleza que le rodea y se funde con ella para formar parte de su paisaje:


POEMA DE UNA VEZ

La sombra de esta higuera me cobija
hoy, mañana será templo de otros
peregrinos.

Una vez pasaré por este huerto,
que no pise mi pie la inocencia del caracol,
que disfrute mi boca, una vez,
la sangre del tomate que la tierra
me regala sin merecerlo.

Cambia de piel la nube por efecto
del aire que respiro
y encuentra su perfil, una vez,
espejo en mis ojos.

El día es corto y único,
que no les falte el pan a las hormigas.


Finalmente quiero destacar un poema que me ha impactado como lector y, sobre todo, como poeta.
No suelo hablar de mis creaciones en las reseñas de otros autores por respeto y para no tratar de restar protagonismo al autor comentado. Pero en esta ocasión me siento tan identificado con el sentimiento y la idea expresada por Jesús Aparicio que me permito afirmar que hemos sido almas gemelas a la hora de crear estos textos: 

POBRE GORRIÓN, PERDIDO EN CASA AJENA
atrapado su vuelo en aire extraño
por culpa de engañosas, vanas luces.

Pobre gorrión, golpeando en la ventana
por hallar el camino que le salve
del frío y la penumbra de este mundo,
de la casa por Dios abandonada.

Así yo, en mi castillo de ilusiones,
golpeo en el cristal que da al jardín
por quebrar mis derrotas o mi vida.




VOLAR

                                                           Hay un himno en la vida que es la vida,
                                                           su terca pervivencia más allá de nosotros.
                                                           VICENTE GALLEGO

De vez en cuando,
volando con mi imaginación,
golpeo
la ventana de la vida,
como el abejorro
que osa entrar
en mi casa
a través de los cristales.
Él lo ve todo claro,
pero choca
contra una realidad
trasparente, superior,
invisible,
que no puede traspasar.
Yo, moscardón vitalista,
creo trascender
cada vez que lo reitero.
Tropiezo y quedo noqueado,
mas volveré a intentarlo.
Él, animal instintivo,
continúa su vuelo
ignorando
la dura trasparencia.
Yo revoloteo continuamente
pensando qué hay más allá
del lado traslúcido.
                                                (Jaco Liuva)