martes, 13 de septiembre de 2016

"Aduanas de agua", de Juana Ríos

 
Aduanas de agua. Juana Ríos, Ed. Huerga & Fierro. Madrid, 2015

Es un placer descubrir auténtica savia nueva en la lírica actual. He abierto Aduanas de agua y con su lectura he sentido el alivio de unos versos que avivan el espíritu. Eso es, entre otras cosas, poesía.

Juana Ríos nos ofrece sus poemas con aparente sencillez, invitándonos a entrar en su mundo líquido, azul, con aduanas, pero sin límites. Sirva este poema como introducción y como prueba de lo afirmado anteriormente:

Sin esforzarte

Haces cosas extraordinarias sin esforzarte.
Por ejemplo, te gusta poner el cielo al revés,
así, cada vez que me asomo a un precipicio azul
veo una estrella brillante en el fondo.
Me miras y yo me olvido de todos los caminos,
construyes un laberinto en el aire
en el que me gusta perderme.
Pintas en tu pecho una ventana abierta,
y yo me cuelo, como una niña traviesa,
para sentir que en tu corazón está mi casa.

Juana Ríos en la presentación de su libro Aduanas de agua, el 27 de noviembre de 2015 en el Auditorio Millán Picazo de Algeciras. (https://www.youtube.com/watch?v=caDQv-7FIF0)

La sensación, tras llegar al último poema –en la contraportada–, es que Juana Ríos posee la facultad de poner las cosas del revés –como ella misma dice– y la capacidad de ofrecer un punto de vista distinto, colorista.  Y, sobre todo, que maneja las palabras y los versos con especial habilidad.

Esta singularidad se basa, fundamentalmente, en tres elementos. El primero es la utilización de recursos expresivos dispuestos adecuadamente para realzar y trocar el significado de las palabras. El segundo es el empleo de unos temas recurrentes a lo largo de la obra, que permiten atisbar el universo poético de la autora. Y el tercero es consecuencia de los dos anteriores: la recreación de un mundo paralelo, simbólico, donde las imágenes aparecen filtradas por un espejo, que ella misma define:

Coleccionista de instantes
guarda celoso, en silencio,
solitario y profundo,
las imágenes que roba
con la avaricia
de un océano.
                                            (En “Cuatro ángulos”).
  
Charo Fierro Juana Ríos y Pilar Pintor, en la presentación del libro Aduanas de agua, el 27 de noviembre de 2015 en el Auditorio Millán Picazo de Algeciras. (https://www.youtube.com/watch?v=caDQv-7FIF0)

En cuanto al primer elemento citado –los recursos expresivos– hay que destacar el uso de tropos en los que el significado se desplaza de una a otra palabra: El viento de Levante da palmadas a la ropa; o Bajaba la música, río tibio, por todas las ramblas de la noche. También hay que subrayar la destreza de la autora para variar el sentido de las palabras, especialmente de los colores: El rojo de la sangre late viajando, el azul ya no es un color; o En el naranja dulce de los nísperos se esconde el sol perezoso del atardecer. Completando este itinerario de recursos, hay que mencionar la amalgama de sensaciones que suele conformarse en sus versos: Una herida de dolor dulce, o Como esa canción en mis ventanas, voz oscura del temporal en el invierno; y, por otra parte, el realce dado a las palabras mediante la concesión de vida a seres inanimados: Mugirán los buques al abrirse paso sobre la sal; o El océano ha parido una luna llena…

Otro fundamento poético de la obra de Juana Ríos es el trasfondo temático de su poesía. Todo el poemario está impregnado de alusiones al agua en sus diversas formas (charco, río, mar, océano), y distintas apariencias (lágrimas, lluvia, tormenta). Además de las Aduanas de agua, en el título (que a mí me sugiere momentos de reflexión en el camino, paradas necesarias para desprenderse de lo prescindible y seguir viviendo o navegando "ligero de equipaje"), encontramos canciones del agua, el silencio del agua o el yo poético de Juana Ríos fundido en el líquido elemento:

Yo me hice agua para acariciarte en la tormenta,
dibujando en el espacio el contorno de tu cuerpo
con mis manos frías de aguacero.
                                                                                    (En “Un árbol y un río”).

Junto al agua, también están los otros tres elementos de la Naturaleza: aire, tierra y fuego. Aunque este último es el menos aludido, lo vemos donde papita la vela, como volcanes suspendidos, como un sol imaginario y, especialmente, como medio de purificación:

Has quemado todas tus naves tras de ti,
arden en las playas amarillas de tu memoria,
ante el asombro cristalino del océano.
                                                                          (En “Aduanas”).

La tierra tiene un papel vital, de contacto, pero sobre todo la veremos convertida en barro: charcas de barro rojo o charcos de barro donde se mece la alegría. Pero es el aire el elemento que ocupa muchos de los poemas del libro, en forma de viento y especialmente de Levante.

Hay árboles que murmuran desde el bosque,
donde el viento les arranca las palabras.
                                                                          (En “Mapas en tus dedos”).

El viento de Levante enreda
sus dedos largos y húmedos
en el negro de mi pelo…
                                               (En “Sirenas”).

Y el viento de Poniente [...]
me envuelve, posándose sobre mí como un abrazo.
                                                                                    (En “En mi sangre”).

No menos importancia tienen los colores en la poesía de Juana Ríos. Sobrevuelan muchos de sus versos, especialmente el azul, dándoles fuerza expresiva y viveza:

Ahora que ya no te basta extender tus manos
sin tocar el humo blanco de las sábanas
que viajan retorciéndose en el azul.
                                                                             (En “Te dejas caer”).

Un ejército de minúsculos soldados azabaches
saquean el pan de la despensa,
mientras las mimosas en el jarrón,
derraman su amarillo.
                                                                             (En “Casa vacía”).

Destaca notablemente el interés de la autora por todo aquello que tenga que ver con la palabra y con el "idioma de las cosas": Yo dibujaba palabras que no recuerdo (En "Siempre es verano en tu sonrisa"). El lenguaje turbio de las lágrimas (En "La nostalgia de los peces"). Cuando el azul era el idioma del cielo... (En "Los zapatos del tiempo"). Alguien escribe con los labios en el aire palabras azules (En "Callejones"). Me muestras las manos vacías, ellas me hablan en idiomas por crear. (En "Aduanas").
Incluso, algunos de los títulos de sus poesías también lo demuestran: “La lengua de los sueños”, “Idioma de las sirenas”, “En la lengua del mar”.

Charo Fierro Juana Ríos y Pilar Pintor, en la presentación del libro Aduanas de agua, el 27 de noviembre de 2015 en el Auditorio Millán Picazo de Algeciras. (https://www.youtube.com/watch?v=caDQv-7FIF0)

Para no abrumar al amable lector, al que emplazo a bucear entre los textos para hallar más ejemplos, mostraré brevemente otros temas reiterados por la autora:

- La luz: El haz de que atraviesa el pasillo es una puñalada rectilínea. (En “Puñalada”). Espada de luz que atraviesa el alma (En “Meandros lentos y desesperados”).
- El sueño, generalmente presentado como anhelo: El miedo disfruta amordazando los sueños. (En “Diques de paja”).
- Los ojos, medio de comunicación, lugar de paso, refugio de los sueños... Se me llenan los ojos de ríos y peces curiosos. (En “Camaleones”).
- El dolor: Heridas invisibles del alma (En “Anemia de la alegría”). Refugiarme en mi caracola de nácar y canciones / cada vez que me doliera el alma. (En “Caracola”).

Además de las reflexiones sobre el tiempo, la muerte y la vida, surgen en sus páginas recuerdos de infancia, cargados de vida y de ternura. Transcribo uno de ellos:

En los espejos

En la casa de mi infancia ríen los espejos.
En el patio el jazmín llueve blanco
sobre una tortuga.
El rosal trepador busca el cielo,
abrazado a la enredadera,
mientras da sombra a los niños que juegan. [...]

Hoy, en esos espejos que no sabían de tristezas,
se asoma aquella niña desde mi mirada.
La de los grandes ojos, y la inocencia.
La que me emociona cuando la encuentro.

Hago ahora alusión a un tópico literario tratado puntualmente por Juana Ríos: el homo viator, el carácter itinerante y viajero del ser humano.

En la cafetería del puerto un pasajero con prisa
pedirá un café con leche corto de café
y buscaré sus ojos un instante para mirarte.
                                                                             (En “Un pasajero”).

Deseamos detener el viaje de la nube en
     nuestro cielo,
que su belleza despierte por siempre
     nuestros sueños.
y la nube solo responde al viento.
                                                                             (En “El viaje de la nube”).

Y para finalizar este bloque, un excelente poema de amor que se comenta por sí solo:

La gota en el espejo

La gota que llora en el espejo
abre un camino de nitidez
en el que se refleja tu ombligo.
Difuso y hermoso se adivina tu cuerpo desnudo.

Mi dedo dibuja un corazón que se queja levemente,
enmarca tu sonrisa y tus ojos que me miran.
Desde tu imagen de piel y suavidades,
de trampas y abismos que me llaman
se escapa una risa, como una canción,
que me atrapa, me vence, me invita.

Juana Ríos firmando ejemplares de su libro Aduanas de agua. (https://www.youtube.com/watch?v=caDQv-7FIF0)

El tercer elemento al que hacía referencia al principio es la capacidad de la autora para hacer fluir poéticamente las palabras y realizar combinaciones de diversos temas, creando otros mundos que llevan al lector a un nivel de conocimiento y de sensaciones diferente.
Es, por continuar con la analogía del agua, como si Juana Ríos tuviera una noria poética y sus dos ruedas engranadas –la palabra y los contenidos– se mezclaran y sacaran a la luz, en cada cangilón, un poema nuevo, siempre distinto...
He localizado, finalizando el libro, tres poemas que pueden servir como arquetipo de esta creativa rueda poética que Juana Ríos parece dominar: “El viaje de la nube”,  “Naufragio” y “Océanos fríos”. Copio el segundo:

Naufragio

En los ojos del perro que ladra a la noche
se esconde un naufragio de miedo y silencio.
Bajo los juncos trenzados de tus costillas
un caballo triste golpea los adoquines de
     ningún camino.
Lo oscuro de la sombra que te nace en los pies
y se derrama por la acera palpita calladamente,
te sigue fiel levitando sobre los charcos,
susurra con voz de piedra palabras que huyen,
pequeñas lagartijas inquietas que buscan un
     sol imaginario.
Sabes que hay una mañana agazapada tras el Este
prisionera en el ciclo de los días y las noches,
traerá, cansada o triunfante, la luz
para adueñarse de la ciudad y herir cada callejón,
iluminar cada cicatriz,
dotar de contorno ese dolor que tiene puños
y juega a torturarte desde muy dentro,
sin cansarse, sin dormir,
sin piedad.


Espero haber demostrado fehacientemente alguno de los planteamientos que hacía en los primeros párrafos de esta reseña y que podían sonar a elogio gratuito. Convoco a los lectores a seguir comprobando todo lo comentado y, sobre todo, a disfrutar de la obra de Juana Ríos.


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