lunes, 14 de diciembre de 2015

EL HILO DE ARIADNA de Felipe Espílez Murciano.


     La lectura de EL HILO DE ARIADNA de Felipe Espílez Murciano supone la inmersión poética en el cuaderno de bitácora, en el diario de un alma sensible y reflexiva, con una visión del mundo original y diferente.

     Su primer poema, La hoja alborotada, es algo así como la respuesta a la pregunta que todo poeta se hace en algún momento de su vida: ¿por qué la poesía? Con la alegoría de la hoja en blanco que tiene una vocación de ser diferente a las otras... Y un desprecio tan profundo por la nada que si no la escribes tú, se escribe sola, Felipe Espílez parece que nos aclara, por una parte, la necesidad de la escritura como un secreto inexplicable y, por otra, el poder que la poesía ejerce sobre él.

     En más de una ocasión, a lo largo del libro, el autor nos habla de su relación con la poesía (Un destino de letras), (La gloria de la memoria). En Mis poemas no comparten hoja nos cuenta la necesidad de 'almacenar' sus textos cuidadosamente en un espacio puro y blanco, donde nada estorbe a la meditación recién nacida. El poema Promesa verde nos presenta una extraordinaria situación lírica donde la hoja de un árbol habla con el poeta:

Promesa verde

En ese descenso pausado que tienen las hojas al caer
se duerme el tiempo en el vuelo
se acompasa el corazón al último viaje
retrasando latidos y olvidando lágrimas.

Ese cuarto de minuto de belleza distraída
permite la despedida de la rama que fue cuna
mientras acaricia el aire vertical de su único vuelo
para llegar al final, a tapar el suelo.

Y desde abajo, hecha ya alfombra de caminantes
formando parte de la tierra que siempre ansió
sonríe la hoja por el envés de su revés
porque forma parte ya del universo terrenal.

Después de haber vivido una vida de pájaro sin alas
entre los versos de una estrofa vegetal,
rueda, corre, vuela, al libre albedrío del aire libre
sin frío en sus nervios
sin cadenas arbóreas
feliz de no tener raíces.

Y la hoja, estremecida con un extraño amanecer
me dijo, por el pequeño tallo que aún le perduraba:
Ruedo, corro, vuelo,
ya soy feliz y libre,
y por si mi vida ahora fuera corta
y para que mi árbol no me olvide
escribe, Felipe Espílez,
en estas frágiles líneas mi memoria.

Constancia persistente para la historia.

Y así lo hago, mientras el tiempo se deshoja
en la redonda noria de la vida.


     Cada uno de los poemas del libro son mundos diversos y aislados, que parecen no conectados. Pero el propio autor nos aclara en el Interludio –presentación de su obra hacia la mitad del libro– que todo está unido por un enlace invisible, por el HILO DE ARIADNA. Y es cierto, porque ese filamento invisible del espíritu del poeta enlaza unos poemas con otros, con la ayuda del lector, que va encajando las piezas hasta componer un todo lírico...

     Dentro de la amalgama de temas, de recursos literarios, basados muchas veces en la anáfora o en las reiteraciones intencionadas, como los versos finales de algunas piezas, podemos ver retahílas preposicionales de amor, aforismos alfabéticamente ordenados, agudas consideraciones sobre el paso del tiempo, la vida (Viento de vida), el vacío del amor (Dos soledades) o explicaciones sobre por qué el chopo es el Árbol de luna, cómo desaparecen los charcos o el cambio de significado de la palabra asombrar por amar... No podemos olvidar el poema Así es, dedicado al puerro, una bella oda comparable a la que Neruda dedicó a la cebolla.

     Aparecen en el poemario textos con aires del sur, que recuerdan a los autores del 27, por su lenguaje cargado de lirismo: Lamento de Juan El Sonrisas, Lamento ancestral o Deseos de oro, por ejemplo.

     Al iniciar esta reseña, se apuntaba que la obra de Espílez es el diario de un alma sensible y reflexiva. Pues bien, la voz del alter ego que cuenta sus experiencias y preocupaciones asoma periódicamente en la obra, unas veces en primera persona: "Vivo en un mundo nebuloso / asido al hilo de la vida"  (Un mundo Feliz); en otras ocasiones dirigiéndose a un tú amado –recurrente durante toda la obra–: "Cada vez que me miras de soslayo / sin pensar que yo te vea" (Como si nada) o "Tú y yo podríamos llegar a un acuerdo..." (Consenso). En otros momentos, el poeta narra en tercera persona experiencias vividas: "La encontré dormida, con los ojos presos de sus párpados..." (Elogio a las olvidadas enaguas en métrica discontinua) o en primera persona: "Nos sentamos en ese banco verde desvelado..." (Un pliegue furtivo). Es importante destacar tres momentos en los que el autor se dirige –además del Interludio citado antes– al lector. En Árbol de luna plantea un análisis lírico de un hecho real; en Charco de primavera describe la teoría de la desaparición de los charcos; y, en El bucle del tiempo, hace partícipe al lector de sus cavilaciones lírico-filosóficas. Aunque en Curriculum vitae requiere la atención de un Vd. al que se dirige el poeta,  en este caso parece un soliloquio personal, un interesante juego de voces.

     A pesar de que el poemario está rodeado de momentos positivos, muchos de ellos de carácter personal (Cómo te diría yo, amor), (Viento de vida), queda sitio para las pesadillas (Noche y día) (Cánidos ladridos) y también para la denuncia por los niños que mueren de hambre (Que no se me quiebre la voz), por los débiles (No me hables de progreso) o por los corruptos (A la risa tengo que hacerle un reproche).

     Algunas de las imágenes más utilizadas por Felipe Espílez en su libro están relacionadas con determinadas partes, (muy sensuales) del cuerpo: labios (generalmente resecos por la espera), piel, yemas de los dedos... La mirada también es un tema reiterado desde distintos puntos de vista: lo trascendente (Mirada hacia el fuego), (Trémula mirada), la mirada fija, impenetrable (El poder) o pura (Sonrisas de la lejanía).

     Para acabar este análisis, es necesario hacer referencia al uso continuado de los números a lo largo de todo el poemario. El dos parece ser el número mágico (Entre dos rayos), (En un cielo irresistible). Pero no siempre es el guarismo positivo. En Dos heridas aparece el desamor, al igual que ocurre en Cigarrillos ignorados. Los múltiplos de 10 se suceden uno tras otro: mil besos equivocados (Ocaso), morimos mil veces (El alma sosegada), requiebra el alma en diez pedazos (Palmeros de Andalucía), la sensación de vivir a cien latidos (Las yemas de mis dedos), Y me recorren por los labios diez mil rayos (Tu figura es mi universo), para llevarla (tu cara) en mi mente cien mil mañanas (Campanillas)...

     HILO DE ARIADNA es todo un universo lírico y personal, transferido elegantemente por Felipe Espílez Murciano a los lectores. Ellos sabrán utilizarlo para adentrarse en un mundo diferente o para salir del laberinto hacia una vida ¿nueva?, ¿distinta?

     Este es el último poema del libro, hermoso colofón que no necesita comentarios:

Un mundo feliz

Vivo en un mundo nebuloso
asido al hilo de la vida, casi flotando,
en un mundo ingrávido y redondo,
un espacio silencioso y completo,
peinado de estrellas
y de estrellas coronado.
Mi corazón, que late tras el suyo
espera diez mil primaveras
y mientras viajo en el tiempo
se me llena de esperanzas la espera.
Mi destino es ver las dos lunas
que hay en la otra vida postergada
y en ese camino placentero
todo crece a mi alrededor
en océanos aéreos.
Puedo ver con los ojos cerrados
las dos lunas que tanto ansío,
la vista se me hace hueca
en esas dos lunas de rocío.
No comprendo bien mi viaje
ni tampoco entiendo lo que oigo
solo sé que navego
en un universo de estrellas de amor
que se encienden cuando vuelan.
Y vuelo el vuelo de mil aves
con alas de oscuridad,
el mundo se me hace redondo
esférico el deseo más mío,
diez mil vírgenes puras
arrullan mi silencio puro.
¡Ay, esas dos lunas!
se me precipitan los deseos
encendidas como farolas
en el horizonte redondo y tierno.
Por fin mañana veré las dos lunas.
Mi cuerpo tiembla, mis manos arden.
Mañana, por fin, nazco.
Mañana, veré por fin, los ojos de mi madre.


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