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domingo, 15 de enero de 2017

Presentación de «Gracias por su visita», nuevo libro de José Luis Morales

El viernes, 13 de enero de 2017, en el Salón de actos del Ateneo de Madrid y durante la cita semanal de la velada poética "Los Viernes de La Cacharrería", tuvo lugar la presentación del nuevo libro de José Luis Morales Gracias por su visita, de la Editorial Hiperión. (XX Premio Internacional de Poesía «Antonio Machado en Baeza»).



El acto fue presentado por el coordinador, Miguel Losada.


A continuación, José Cereijo hizo una introducción sobre la nueva obra del poeta manchego. 



El poeta invitado en la velada de "Los Viernes de La Cacharrería" recitó los poemas que inician y terminan su libro:


LA VIDA

Para hablar de la vida
y no decir lo mismo
que poetas más viejos —o más sabios—
que yo, ni repetir metáforas
de aceptación pretérita, me he visto
obligado a buscar
una imagen que nada
tenga que ver con ríos, ni con valles
de lágrimas, caminos,
ilusiones o sueños.

Y así he llegado
a una terrible conclusión: la vida
es esa servilleta
de papel que te aguarda
en el dispensador de las tabernas,
y en la que sólo pone:
Gracias por su visita.



LA BALA

Pero
aunque estemos tan sólo de visita,
la vida nos engancha porque es corta,
porque no retrocede, porque apuesta
su resto en cada mano, y no conoce
las cartas de la muerte, ni se puede
levantar de la mesa, y cada día
es una bala más en el revólver
de su fragilidad.

Si todo sale bien, y la ruleta
rusa se alarga aún, y quedan fondos
para continuar, descontaremos
veinticuatro escalones esa noche.

Y si no, que la bala
tenga piedad de ti
—y rapidez— y acierte.

Después, Carmen Bermejo y Juanjo Pérez Yuste declamaron "Visitas (Traductor simultáneo)" acompañados al piano por Pablo Rubén Maldonado del Grupo «Par(entes)is»: 


VISITAS
(TRADUCTOR SIMULTÁNEO)

Pero el cadáver, ay, siguió muriendo…
César Vallejo

Pero el cadáver, ay, siguió…
                                              ¡Muchacho,
cómo estás? Qué tal vamos… (Ya lo veo, te mueres.)
Tú eres un hombre fuerte. (En cuatro días
se te nota el bajón.) Levanta el ánimo,
ya no son como antes
los tratamientos (Vas
a padecer lo mismo.); hoy son muy poco
agresivos, más suaves. (Te envenenan
por dentro.) No es la quimio
de los años setenta, ni la radio
de hoy (Abrasa igual.) es como aquella.
De veras, no se caen
las uñas. Pierdes algo (¡Qué remedio,)
de masa muscular; el pelo, no,
algunos lo conservan. (total, para morirse)
¡Qué buen aspecto tienes! (no hay que ponerse guapo!)
Como el cadáver sabe traducir los silencios
puede incluso reír, si la visita
no es demasiado cínica y le deja
que haga las bromas él. Al fin y al cabo
hay ciertas deferencias (No eras mal
compañero de barra...) que aún conviene
mantener (Brindaremos) con los muertos,
bastante tienen ya (por ti esta noche.)
con ir haciéndose a la idea… En fin,
(Les diré) amigo mío, ten paciencia,
(a los demás que vengan,) ya sabes que esto tarda
un poquito en curar,
(si quieren abrazarte antes de que...)
no es un catarro… ¡Ay,
con tanto hablar, qué tarde se me ha hecho!
He de marcharme ya.
                                  [Desde la puerta…]
¡Anímate , muchacho, tienes muy buena cara!

Pero el cadáver, ay, siguió muriendo…


Juanjo Pérez Yuste recitó "Carta sin destinatario (Desde la UCI)":  


CARTA SIN DESTINATARIO
(DESDE LA UCI)

Te escribo desde el fondo de un mar donde no hay olas,
desde un volcán antiguo y, tal vez, extinguido,
desde una ciudadela inexpugnable
que amaneció vencida.

Te escribo desde el sueño, desde una pesadilla
cuajada de sirenas, que ríen porque escoltan
este naufragio y cantan
culebreando en cueros a mi lado,
mientras yo, que me ahogo, las contemplo
como sombras del agua
que bailan y repiten
mi nombre en el idioma de los muertos
y no van a salvarme.

Desde el dolor te escribo,
desde un pulmón sin aire,
desde un brazo invadido de gomas y de aceros,
desde un estoma abierto que palpita
igual que el corazón de un niño extraviado,
desde una boca seca que grita en plena noche
reclamando morfina,
sin saber si alguien nota
que acarician su piel y su sudor los dedos
golosos de la muerte.

Te escribo desde el aire
viciado, desde el eco
lejano del dolor de tantos otros,
desde el ruido apagado de pasos que unas veces
se acercan y otras cruzan
de largo ante mi puerta,
desde el perfil de rostros y manos que no veo
porque surgen sin más de la penumbra
que inunda este hospital y me desvelan
con la canción del miedo.

Te escribo desde el niño
que alguna vez trepó por los almiares
para llenar sus ojos de río y de llanura,
desde el adolescente provinciano, sediento
del licor destilado entre los muslos
femeninos, borracho
de mística y lujuria sin haberlo libado;
desde el joven geógrafo que renunció a sus sueños
de montañas y América
para no despertar la voz de los fusiles,
desde algunos de aquellos
hombres que fui y quizás no he de volver a ser
si regreso, te escribo:
todos están conmigo y no los veo,
todos tratan de hablar
a la vez y yo escucho
sólo el ploc…ploc…odioso
del gotero.

Desde la soledad total,
desde el olvido casi,
desde la absurda urgencia literaria
de un cuerpo malherido,
sin nada que decir, ni que esperar,
—no sé por qué,
no sé ni a quién—
escribo.



Y, posteriormente, Carmen Bermejo puso voz a "Tribunal. Línea 10 (Pesadilla)":


TRIBUNAL. LÍNEA 10
(PESADILLA)

La noche es la peor de las batallas, porque no usa más arma
             que los sueños,
y, al despertar, parece que alguien huye
del lecho, y eras tú,
y habías muerto.

Luego surge un cadáver de las sábanas,
va hacia el retrete, orina, tose un poco
de pecho y de garganta —es el tabaco—, y al otro lado del
             espejo empieza
de nuevo a amanecer —llegaré tarde—, y el cepillo de dientes
nos ataca
y una cuchilla demasiado usada corta la piel, y suena
una voz pedregosa que se queja, como si fuera de otro,
dice coño o joder, por compromiso,
y con manso sopor vuelve al silencio.
Si el asco no tuviera la impiedad de dejarnos
sobrevivir al vértigo de los amaneceres y las sábanas
no desprendieran un calor de ciénaga
y el aletazo de ese hedor no fuese
una evidencia más (o no supiéramos
que ese olor es el mismo que dejará la muerte),
tal vez fuese más fácil
sumergirse en la cripta del armario y descolgar un traje o un
             espectro.

Sin embargo,
como un cuerpo desnudo es elocuente
y es de mal gusto irse muriendo a trozos
(el bajo vientre en la oficina, el hueso
del esternón encima de un lavabo),
hay que ocultarse siempre detrás de un terno oscuro
para que nos salude la portera y los vecinos entren
al ascensor sin miedo, porque han reconocido tus zapatos
y el brillo en las coderas que delata
la edad de tu chaqueta.

Aunque tal vez sea tarde para volverse atrás
y esa mano nerviosa,
esa mano que busca la corbata,
triste lagarto ciego, no es la misma
que en mitad de la noche descendía
por el acantilado de una espalda,
lanzábase a la cima de unos pechos,
hundíase en un pozo y emergía
más ávida que nunca de oleajes.

Porque el amor —o aquello—
nace del mismo magma que la náusea,
y aunque ella no se ha ido todavía,
da otra vuelta, se encoge, gruñe un poco,
pregunta qué hora es a tu pijama,
como si tú estuvieras ocupándolo aún o no le importe,
ya no es un mar del trópico cuajado de palmeras,
sino una playa inhóspita, un estero
donde crecen madréporas de hastío.

No olvides cerrar bien cuando te marches;
otra tarde —le dices— me llamas y quedamos.
Mas no piensas estar —nunca más vas a estar—
cuando te llame.

Por fin has alcanzado
la calle. Sólo queda
llegar hasta la boca
del metro, guardar cola, pasar por los tornillos,
ba
     jar
          las
               es
                   ca
                        le
                            ras
                                 me
                                      cá
                                           ni
                                               cas,
hallar
un hueco libre en el andén, y justo
ahora que viene el tren y nadie está pendiente
de ti, ponerte al borde
de las vías, saltar
y tener buena muerte.

Sólo el despertador se dará cuenta,
mañana, cuando suene y no lo apagues,
que alguien no ha vuelto,
y culpará a la noche.

José Luis Morales recitó luego tres poemas ("Amputación", "Paradoja" y "Marquesina") pertenecientes a la primera parte de su nuevo libro: 


MARQUESINA

Volví del hospital
y no me conocieron los vecinos.

Tal vez me equivoqué de dirección.

Tal vez no me esperaban.

Cómo explicarle ahora
al ladrido confuso de mi perro
que, al venir del abismo,
siempre se vuelve otro.

Y para qué explicárselo.

Me bajé de la vida
y no era mi parada.


David Morello (cantaor) y Sergio Burgas (guitarrista) interpretaron "Soleás de Puerta de Hierro"



El poeta leyó, más tarde, dos poemas de la segunda parte del libro: "Adverbios de tiempo" y "Pliego de descargo":


PLIEGO DE DESCARGO

He violado las reglas, hijos. Puse
tanto empeño en buscar una respuesta
a mi torpe vivir, que no he tenido
tiempo de ser esposo o padre, sólo
esta sombra que habita la buhardilla
y algunas noches ni siquiera baja
a cenar
o no duerme.

(Este mismo poema es otra tarde
invariable de sábado: tú juegas
a metrar las baldosas, mientras él,
que te saca unos años, ya sentado, dibuja
a color su torpeza en un cuaderno
escolar; vuestra madre
observa, atiende, indica, educa, espera,
y, aquí arriba, yo solo pretendiendo meter
la vida en líneas fragmentadas, como
si de verdad pudieran contenerla.)

Por rescatar mi infancia abandonada
otra infancia sin padre,
otra orfandad absurda,
fue la vuestra.

Hoy que es otra palabra la que importa
—la de los cirujanos, no la mía—,
no quiero hundirme en el silencio sin
pedir vuestro perdón, hijos. Sabed
que aunque no haya logrado nunca hacerlo
visible, a mi manera
desaliñada y torpe, yo también os amé.
No me guardéis rencor.


De la tercera parte del libro, José Luis Morales recitó "Los viajes" y "Mansedumbre": 





MANSEDUMBRE

Vivió mi corazón a la intemperie
tantas batallas de la edad que, al fin,
ahora,
adulto ya, sereno,
sin otra pesadumbre que la ausencia
de luz en mis pupilas,
siento que el tiempo se desliza manso
hacia las hojas blancas de mi agenda.

Y nada echo a faltar
sino esos breves años en los que poco fui,
salvo un poeta tímido.


Terminó el acto, la intervención de Pablo Rubén Maldonado cantando "Soleá": 



SOLEÁ

El hombre teme a la muerte
y se equivoca: a la vida
es a quien debe temerse.


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